jueves, 31 de julio de 2008

Días fastos y nefastos

Hoy no habré fumado. Escribo esto cuando el día 18 de julio del año 2005 lleva contados una hora y cincuenta y siete minutos. Es una fecha infausta en este país. En la historia nacional está subrayada por el hito de todos los muertos que provocó el ardor fascista de Francisco Franco Bahamonde, el comandantín que no quiso respetar la voluntad de los españoles que pensaban de manera distinta a la suya. En mi biografía será una fecha fausta: he dejado de fumar. Qué casualidad de fechas. Sin duda que a Italo Svevo, el de La conciencia de Zeno, le hubiera gustado el fetichismo de la coincidencia. Dos 18 de julio separados por 69 años. Los guarismos acordes. La numerología fabulada. La vida después del 18.
La mañana ha pasado más tranquila de lo esperado. Ganas moderadas de encender un cigarrillo. Para desterrarlas, he personificado a la nicotina, la he convertido en una madame, en una mala mujer a la que he repudiado y a la que expulso de mi pensamiento en cuanto aparece. Es el método Zeno-Svevo: no debo combatir el vicio de fumar, sino olvidarlo.

8 de julio

7 de la mañana. Compro el último paquete de cigarrillos. Limpio cielo azul de verano. Lo miro tras la cristalera del bar Corneta. Me rodean las percusiones de la taladradora de las obras en la calle Mayor. Ruido de camiones. Noticias últimas sobre el atentado de ayer en Londres. Mi primer día de nuevo rango en el instituto: jefe de estudios de adultos. Perspectivas futuribles: un billete del cuponazo de la ONCE. Alea iacta est.

El ejercicio gimnástico es buen aliado para los menesteres de desintoxicación tabáquica. No se ganó Zamora en una hora y no deja alguien como yo de fumar así porque sí. Hay que tomar la decisión, desde luego, pero ella sola no basta. La voluntad, la inteligencia, el deseo, las potencias espirituales, racionales e irracionales, han de conjugarse con medidas y nuevos hábitos en el orden de lo físico: dieta alimenticia, ingesta de líquidos, ejercicios corporales. Purgar y depurar, desengrasar y purificar.
Abandonar el tabaco exige un proceso semejante al de nuestros místicos clásicos. Se trata, primero, de empezar a andar la vía purgativa. Aquí entra el desapego por un vicio placentero perjudicial, capaz de domeñar mi voluntad. La solución de choque pasa por la mortificación y la disciplina corporal: ¾ de hora pedaleando por la carretera de El Guijo.

Un respiro

Viajamos hacia Málaga. Mientras mi mujer conduce, yo miro los campos de girasoles y me compongo la idea de que soy un general pasando ante sus tropas en formación.
¿Hasta qué punto el tabaco ha condicionado mi carácter, y con él, mi propia vida y visión del mundo? ¿Estaría, por ejemplo, tal día como hoy, 1 de julio de 2005, aquí, en La Torre de Benagalbón? ¿Me habría casado? ¿Tenido estos dos hijos? ¿Los mismos amigos? ¿Habría sido el mismo escritor sin humo en mi vida?

Estamos con el tabaco volviendo a los tiempos de su llegada a Europa, a España, cuando la Inquisición tomaba cartas en el humo y sentenciaba ser obra diabólica. El no fumar de nuestros días es militancia activa, proselitista, coercitiva, inquisitorial. La táctica del acorralamiento y envío a la reserva. Los fumadores somos gente impura, malsana, y cuando entramos en un local debemos hacer tintinear nuestra campanilla de apestados.

Nueva campaña

20 de junio de 2005. Titular en el diario Córdoba: “Las tabaqueras necesitan al año 170.000 nuevos adictos.” El doctor Rodrigo Córdoba, presidente del Comité nacional para la Prevención del Tabaquismo, que maneja documentos desclasificados de las empresas tabaqueras, afirma que éstas necesitan incorporar cada año 170.000 jóvenes fumadores en sustitución de los exfumadores. El cinismo, hipocresía, descaro y sucias maniobras publicitarias de las tabaqueras salta a la vista: dedican la mayor parte de sus beneficios a la incorporación de nuevos adictos al negocio. Cuestión de números. Y de malas prácticas, permitidas por los ministerios correspondientes, conocedores de que el 90% de los fumadores regulares empezaron a serlo antes de los 18 años, y en muchos casos, antes de los 11.

Mañana escribirá aquí el nuevo hombre que empezaré a ser cuando me levante. Volverá también a ser otro mi cuerpo, atosigado hasta hoy mismo por el humo de miles de cigarrillos. Ardua batalla, peor que el Dos de Mayo, la que se iniciará con el alba del último día de junio.
Todo este tiempo de atrás ha sido preparación y pertrecho para la lucha que se inicia mañana. No será paseo triunfal por camino de rosas. Conozco al enemigo, he estudiado sus tácticas, su fuerza y su poder destructivo. Atacará por todos los flancos, día y noche, sin descanso. No habrá tregua ni prisioneros. Sin piedad. Sin perdón. Que los dioses me sean propicios.
En este día consagrado a ti, oh santo Marcial, invoco tu ayuda, insúflame el ardor guerrero de tu esencia y el buen humor con que armas al escritor latino. A ti me encomiendo.

Las cuentas del Gran Capitán

18 de junio, seis y media de la mañana. Tres meses desde la última anotación. Un total de ciento ochenta cajetillas de tabaco, es decir, tres mil seiscientos cigarrillos que le he endilgado a mi cuerpo. Más de cuatrocientos euros esfumados. Sesenta y siete mil quinientas pesetas. Un auténtico disparate. Me avergüenzan estos números. ¿Y no voy a tener pundonor para evitar el dispendio?
Sigamos con las cuentas, a ver si escarmiento de una puta vez. Pongamos 30 años de fumador habitual. Supongamos un paquetillo cada dos días al principio, los 15 primeros años. Eso suman 182 paquetes y medio al año, que multiplicados por 15 da 2.737,5 paquetes en total, o lo que es lo mismo, 54.750 cigarrillos.
Pongámosle a cada paquete un precio medio de 25 pesetas y tendremos la cantidad de 68.437,5 pesetas.
En estos últimos quince años, tripliquemos el precio de cada paquete –hoy cuesta 2,25 euros en estanco-, o sea, 374,85 pesetas….
He tirado por lo bajo, por lo muy bajo, y la cuenta que me sale es 2.290.000. Vergonzante la cifra esfumada.

Febrero

Estamos a 2 de febrero, miércoles. Un día radiante y cálido. Llevo tres semanas de fumeteo compulsivo: dos paquetes diarios. Esto es una recaída.

Domingo, 14 de marzo. Otra escaramuza para la retirada definitiva. Es una idiotez fumar como lo hago: todas las horas, todos los cuartos y todas las medias del día con un cigarrillo en los labios. Con razón se me podría llamar, como a uno de Torrecampo, Pepito El Cigarrito.

Uno ya no cree en la función social del tabaco. Quizá antes la tuviera. Liar el cigarro y fumar era un alto en la faena. Y si se tenía compaña, un poco de conversa sobre esto y lo otro. Mi fumar no es parada en el camino, un humear pausado y relajante, reflexivo, sino continuo fumar, para qué hacer un alto si se puede fumar andando. Esa es la extremosa adicción, la excusable ceguera: la voluntad entregada, la continua satisfacción de una necesidad antinatural. Otra humana manera de estupidez…

Vía crucis

Las recaídas son terribles. Anoche, después de cenar, ocho cigarrillos. Cortar amarras definitivamente. Una dependencia innecesaria, evitable. Los tabaquistas acabamos adictos, confesos y convictos, atados a un galeón de humo. Personaje en busca de sí mismo con un cigarrillo en la boca: esa es la humosa cadena del empedernido, el título de su composición favorita.

Impulsos condicionados

Me he levantado a las diez –el soldado necesita reposo- y he ido a Correos para enviarle una carpeta de apuntes a mi hijo. De vuelta a casa, hacer la cama y desayunar: café con leche, tostada y vitaminas y sales. Cuando ya estaba a la mesa dispuesto a trabajar me he levantado como un autómata para traer un cenicero limpio. Antes de abrir el armario de la cocina me he dado cuenta del mecanismo conductual: el viejo experimento de las ratas y las campanas. Acto condicionado. En mi caso consiste en sentarme a la mesa y empezar a fumar, como si los aciertos y las ideas llegaran en las volutas del humo. “¡No se fuma más!”, he levantado la voz y me he sentado con la mesa más limpia. Y con la cabeza. Sólo se trata de un buen apretón de machos.

Escaramuza de invierno

Sólo queda un cigarrillo en el paquete. Lo fumaré con solemnidad antes de salir a la calle y recomenzar mi vida libre de humo. Será una travesía del desierto, sentiré las tentaciones, mi cuerpo se quejará por no recibir su dosis, sobrevendrá el malhumor y el canto de las sirenas, el diablo del humo querrá seducirme, hablará como un sofista, pero no cederé.
A falta de otra cosa he tomado un valium de 5 miligramos. Su sustancia activa es el diazepán, una benzodiacepina de efecto tranquilizante y relajante muscular. Puede tener bastantes efectos secundarios y es incompatible con el alcohol y ciertas actividades. En un tabaquista como yo, no es malo dar los primeros pasos con ayuda boticaria.

Toda la tarde con dolor de cabeza. Es raro en mí. Lo entiendo como una rebelión del cuerpo: hoy le ha faltado mucho humo. Y más que le faltará.

Después de la cena, un cigarrillo. Lo he saboreado y ahora estoy tranquilo. Creo que dormiré bien esta noche.

7 de enero

Ayer mismo proclamaba a los tres vientos de la barra llevar tres días sin fumar. Apenas tres días y ya hablaba de lo bien que dormía. Un parroquiano, perro viejo en esto del humo, habló de gatos que subían por las paredes. Yo callaba, escuchaba y le daba caladas a mi cigarrillo.
Hoy, antes de que me pusiera la segunda cerveza, le he preguntado si estaba bueno el tabaco. El camarero, un muchacho de veintipocos años, expiraba el humo del su cigarrillo con el pecho henchido, como si fuera un héroe en desfile triunfal.
Entre los fumadores no hay fraternidad y uno se alegra del fracaso ajeno.

6 de enero


Según el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de don Joan Corominas, la voz nicotina se registra por primera vez en nuestra lengua en 1884 por vía francesa, que la había derivado del nombre latino de la planta del tabaco, homenaje a don Jean Nicot, diplomático y literato francés del siglo XVI que estuvo al servicio de Enrique II como embajador en Lisboa, desde donde llevó en 1560 la primera planta de tabaco a París para regalársela a la reina Catalina de Médicis. El naturalista sueco Linneo la llamó en latín nicotiane. Existen los adjetivos nicótica y nicótico, así como los sustantivos nicotismo y nicotinismo, que sirven para denominar al conjunto de trastornos morbosos causados por el abuso del tabaco.
Día de Reyes mágicos. Nada que reprocharme como fumador: un par de paquetes. La intendencia de cada día. En táctica militar, estamos ante una estratagema, una maniobra cuyo objetivo es asentar en el enemigo la confianza de que todo va sucediendo según sus previsiones, pero cuyo fin último y trascendente es hacerle caer en el engaño para luego asestar duro golpe en el flanco más desprotegido. El llamado factor sorpresa. Dejemos que el enemigo se engañe con nuestra aparente rutina.

Año nuevo, propósito viejo


Hoy es cinco de enero. Después de comer he salido con mi hija para completar nuestros regalos de Reyes. Paula acaba de cumplir 17 años y no desperdicia ocasión de llamarme viejo, calvo, gordo, cateto y demás cargos que los adolescentes arrojan a sus padres. Esta tarde me perfumé para salir con ella, colonia Fahrenheit, pero lo que a mí me huele a rico, a ella le parece otra cosa:
- Hueles a viejo.
Cuando no es el aspecto físico o la forma de vestir o de mirar y gesticular, es el memorial de agravios, y allá que entran a saco los hijos y nos dan el hachazo, como ellos dicen.
De vuelta a casa, Paula ha tirado de su listín de temas para zaherir a papá. Le tocó a los cigarrillos:
- Estoy en trámites –le aseguré, pensando en la casualidad de haber empezado este cuaderno anoche.
- Todos los años dices lo mismo y todavía fumas.
- Hagamos una apuesta. Te aseguro que voy a dejar los cigarrillos. Estoy en trámites, de verdad.
- Vale. Si dejas de fumar, yo dejaré de meterme contigo.
Me froté las manos ante las expectativas: mi hija dejará de lanzarme puyas. No me digan que no le ven las ventajas.

Breve biografía

Prometo, en nombre de mi dignidad, mi libertad y mi salud, anotar en este cuaderno los avatares de la guerra sin cuartel que pronto comenzaré contra los cigarrillos. Soy un galeote amarrado al duro banco de este malsano hábito desde los dieciséis años. Con éste que acaba de pasar, suman treintaitantos los años que navego entre el humo. Dentro de unas semanas cumpliré los 49. Un buen momento: entrar en la cincuentena con los pulmones más limpios y sobrellevar con ánimo entero lo que me queda: esa intranquilidad de comprobar en carne propia la ley natural del vivir humano. Al poeta Manrique me remito: todo río encuentra su mar.
Y todo hombre su vicio. Y el hombre que tiene un vicio, o se caga o se mea en el quicio, según sentenciaba el otro día el abuelo Rufo, uno de cuyos hijos lleva tres meses en un centro de desintoxicación y rehabilitación. No es mi caso.
Dicho sin contemplaciones, soy un politoxicómano. Una debilidad de carácter: no sólo vivo ahumado, también frecuento las copas, sin que haya de colegirse un alcoholismo extremo. Bebo cerveza, una copa de tinto con las comidas, gratísimos cubalibres de Larios, algún güisqui y algún roncito si la ocasión se presta y alguna copa de coñac en invierno. En cuanto a otras drogas, en mi juventud fui consumidor ocasional de anfetaminas, las famosas “ruedas” o pastillas de bustaid; sólo una vez, en la madrugada de un 15 de agosto, tomé un ácido y aluciné con la lluvia de estrellas y la vía Láctea. Una sola vez también probé la heroína, esnifada. Fue una sensación tan placentera que me dio miedo y no volví a probarla. En algunas ocasiones llegué a robarle a mi madre pastillas de minilip para mezclarlas con alcohol y sobrellevar colocado la soledad y la inseguridad de inciertas noches de mi juventud.
Durante años fui fumador de porros. Nunca llegué a las heroicidades del Diesiséis, uno del barrio de San Francisco, así llamado por el número de canutos que se liaba al día. Fuera del tabaco, esa fue la etapa más larga de mis toxicomanías, desde los 25 hasta los 35 à peu près, y luego, en lo que podemos llamar mi segunda época hachichínica, desde los 45 hasta los presentes. A los porros hachís se unían de higos a brevas, es decir, a comienzos del verano, los de marihuana, la risueña buena yerba, tan placentera y tan difícil de conseguir. Anoche precisamente nos dimos una buena mano mi primo y yo. Mi primo es músico y empresario de la noche. Hace unos meses dejó la coca y ahora sólo fuma hachís y marihuana. Yo abandoné en la segunda ronda, pero él siguió las cuatro horas que estuvimos juntos. Cuando me despedí en la puerta, entre sus dedos asomaba un verdadero homenaje a Bob Marley.
Aquí termina la relación de mi experiencia con las drogas. Creo que no necesita más aclaración el término “politoxicómano”: tabaquista, exporrero con reincidencias y bebedor habitual. No está mal. Ahora me conformo con un cubatita y un canutito en casa o para dar un paseo por el campo. A más no llego. Ni quiero llegar.
Voy a dejar de ser cliente de Tabacalera, de la Philip Morris y de JT Internacional, lo que me reparará enormes beneficios. Creo que será una de las mejores inversiones de mi vida.

Anotación suelta

NUEVO PRIMER DÍA sin tabaco. Hago esta anotación a primera hora de la mañana, metido en la cama aún, con el miedo y la incertidumbre de todo un día por delante.
Le pediré ayuda al Tao: viviré en silencio mientras no se cumpla esta nueva primera travesía del desierto nicotínico.

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Un cuento y un epílogo


Momento de renuncia y desamor. ¿Cómo sublimar este fiero combate interior que me agita? ¿Cómo llamar ahora a estas ansias de ti? ¿Cómo expresar esta historia de amor adulterado en que tantos años hemos consumido?
Nuestro impetuoso amor juvenil derivó en rutinaria costumbre de estar juntos y soportar mutuamente nuestras miserias. Sí, porque tú tampoco eres perfecta, ni puedes presumir de limpieza y buena fe en tu relación conmigo. A partir de ahora no debes dudar del firme propósito que tengo de airear nuestra relación e ir dejando anotadas en este cuaderno las circunstancias que nos han conducido al momento y situación presentes. Ten por seguro que el silencio, por mi parte, se ha roto, y que ningún hecho o actitud tuya, por minúsculo que parezca, va a dejar de ser registrado por mí con la minuciosidad de un notario.
Fíjate en lo que ha ocurrido esta noche. Cuando andaba atareado en mi habitación, te has presentado en silencio y has comenzado a acariciar mi cabeza. Pero, ¿qué ha ocurrido al final? Que estás durmiendo sola. Sin tocar por mí, aunque te adivino clamando en sueños para que mis manos y mi boca te ayuden a calmar la voracidad que sientes. ¿Que no esperabas estas palabras de mí? ¿Acaso las esperabas de otro?
Qué ridícula te veías anoche, despertándome de madrugada y susurrándome obscenidades al oído. Me he alegrado esta mañana de no ceder una vez más, como tantas veces ha ocurrido. No siento compasión alguna por ti en días tan difíciles como estos. ¿Acaso la has sentido tú por mí todos estos años?
He tenido buena maestra. Y empiezo a disfrutar íntimamente por saber que puedo prescindir de ti, vivir separado de tu cuerpo y de tu aroma de hembra en celo. Tan débil y tan cobarde me has hecho, que no se te ocurrió pensar en la posibilidad de que algún día me rebelara. Muy atado creías tener a tu hombre. Pero ya estás comprobando que ningún lazo puede retener amores fingidos. Tarde o temprano, acaba luciendo la verdad de todo asunto. Y la del nuestro ha llegado. Y con fecha exacta: 10 de febrero.
Esta tarde, cuando hemos salido a pasear por la ribera del Guadalmez, ni siquiera te he dirigido la palabra. Verdaderamente no me apetecía. Ni siquiera me había parecido bien que hubieras decidido subirte al coche a última hora. Como habrás podido comprobar durante el paseo, el río es mucho más gratificante que tú.
Tu tenacidad me asombra, he de reconocerlo. Yo nunca hubiera salido corriendo detrás de alguien, como si fuera una gallina celosa. Así te comportaste luego, cuando llegué al bar de la esquina para ver el partido de fútbol por la televisión. ¿Qué esperabas? ¿Meterme otro gol en un momento de despiste?
Cuando me acosas así, qué ridículamente te comportas. Estoy seguro de que te prostituirías para conseguirme. Estoy seguro. Pero yo estaría dispuesto a más, a cualquier cosa, con tal de que desaparecieras definitivamente de mi vida. No le temo a los viajes en solitario.
Reconoce que eres una zorra, y que un tipo como yo, educado en valores y crecido en pueblos serranos, desespere de ti. ¡Cómo puedes ser tan p.! No acabo de entender ese andar tuyo de mano en mano y de boca en boca. Un hombre como Dios manda no debe vivir tan atado a una mujer lasciva y fácil como tú, que se entrega sin reparos a todos los cuerpos que se cruzan en su camino.
No me importa reconocer -ahora me siento fuerte- los buenos momentos que pasé contigo, todas las horas felices que viví envuelto en la calidez de tus perfumes, besándote, acariciándote entrándote en mí, envenenado con tu presencia, enfebrecido en tu ausencia.
¿Qué le queda a quien ha pasado una intensa noche junto a ti? Cansancio y malestar. Mal sueño. Un inquieto y atosigante sinestar. Una hiriente conciencia de fracaso en la búsqueda de la pureza del paraíso.
Pero qué bien me sienta ahora despreciarte, y ver cómo inútilmente me sigues acechando en las esquinas afiladas de la noche, mujer fatal, puta nicotina, venenoso amor de mi vida.

EL EPÍLOGO a esta sincera y enfebrecida carta de renuncia y desamor no puede ser otro que el magnífico cigarrillo de tabaco rubio sin boquilla que ahora me dispongo a incinerar.

Desintoxicación tabáquica ...


Debo dejar los cigarrillos. Si lo anoto aquí es porque voy a intentarlo definitivamente y para siempre. Creo que un control de este puto vicio me serviría de ejercicio de autocontrol, algo que pocas veces he logrado en mi vida. Ya estoy harto de llegar a las cosas por casualidad y no por voluntad.
Lo dicho: tanto tabaco me perjudica. He de arriar velas.

. Primer ejercicio de autocontrol: fumaré un cigarrillo tras una buena sesión de lectura. Crónica del alba me servirá.

. Segundo día: domingo. Hace poco ha sonado el último toque para la misa de doce. Por el balcón entra una brisa suave y retozona que hace soportable el recalentamiento del granito de las calles y de las paredes de la casa. Ganas de fumar.

. Día tercero: más de una vez pienso que la vida me ha ido poniendo capas, una encima de otra, como si de una vulgar cebolla se hablara, de manera que conforme pasa el tiempo voy siendo más cebolla y menos yo. Sí. Creo que muchas cosas nos van revistiento poco a poco, originando así una especie de coraza. Así es como nos vamos alejando cada vez más de nuestra manera de ser más pura y descontaminada.
No me parece gratuita esta comparación entre personas y cebollas. Solemos tener muy buen concepto de nosotros mismos, nos consideramos adultos maduros, equilibrados, buenas personas, en suma, para esta merienda que es la vida. Pero basta apretar un poco la cebolla entre nuestras manos para comprobar que la frágil capa de oro que la cubre, se desmenuza y desaparece entre los dedos. Si seguimos manipulando, lo único que conseguiremos serán lágrimas y un fuerte escozor de ojos.

. Cuarto día: cada día que pase sin fumar será como quitarle una capa a la negra cebolla de mis pulmones. He de llegar hasta mi cebolla elemental. Ganas de fumar.

. Quinto día: cuando deje los cigarrillos al día le crecerán horas y minutos. Estoy seguro. Ganas de fumar.

. Día sexto de la Pasión: tremendas ganas de fumar después de la cena.

. Día séptimo: maldito vicio. Casi a punto de encender uno.

. Día octavo: claudicación.

Última sigaretta


Las pipas bohemias, iluminadas y rebeldes del adolescente Rimbaud en los cafés de Montmartre; el humo de los cronopios y del jazz en la fantástica realidad de Julio Cortázar; la elegancia burguesa, goethiana del puro de Thomas Mann; los cigarrillos desasosegados, exquisitos y saudadosos de Fernando Pessoa; la sempiterna y poética boquilla filosófica de María Zambrano; los cigarros payeses —liados de su propia mano, claro está— de Josep Pla; las cenizas en el traje arrugado y temporal de Antonio Machado; los monólogos de conciencia de las volutas irlandesas de James Joyce; el puro revolucionario de Bertold Brecht; los cigarrillos neuróticos, suicidas, de Virginia Woolf; el humo simbolista en blanco y negro de Charles Baudelaire; la pipa de Pavese, que le enseñó el duro oficio de vivir; la conciencia alemana de la cachimba de Gunter Grass; la confirmación de que humo y vida son lo mismo, el ser y la nada atea y comprometida en las caladas existenciales de Sartre y de Camus; la desnuda soledad de los cigarrillos de Constantino Cavafis en los cafés de Alejandría. Cuánto humo. Cuánta literatura en todos ellos.

Otro de estos grandes hacedores de humo y de buena literatura fue Ettore Schmitz, que ha pasado a la historia de la literatura y del humo con el nombre de Italo Svevo, autor de la estupenda novela La conciencia de Zeno. Nacido en la austro-húngara ciudad de Trieste en 1861, hijo de un próspero comerciante, Italo Svevo trabajó como empleado de banca y luego como director de una fábrica de barnices propiedad de la familia de su mujer, Lidia Veneziani. A los 32 años, Svevo había publicado a su costa dos novelas, Una vida (1893) y Senilidad (1898), que pasaron por completo desapercibidas para críticos y lectores. El escritor guardó entonces un silencio de 25 años durante los cuales estalló la Primera Guerra Mundial, se volcó en sus quehaceres industriales, y leyó a Freud, algunas de cuyas obras tradujo. En 1923, alentado por James Joyce, al que había conocido en Trieste en 1907 como profesor particular de inglés, publicó La conciencia de Zeno, considerada hoy su obra maestra, obra innovadora que hay quien coloca junto a las de Proust, Kafka o del propio Joyce.

La novela cuenta la historia de Zeno Cosini, que, siguiendo el consejo de su psicoanalista, bucea en su pasado para curarse de una enfermedad cuya naturaleza nunca parece tener clara el lector, ni el propio personaje. Dividida en un prefacio, que firma el Doctor S., el psicoanalista, un preámbulo y seis capítulos redactados por el protagonista, la novela va haciendo calas en sus experiencias más importantes: la muerte del padre, su matrimonio, su aventura con una amante, la historia de una asociación comercial con cuya ruina el protagonista se enriquece, y el abandono de su tratamiento psicoanalítico.

Por razones de índole personal que el lector acabará comprendiendo, y sin ánimo de desmerecer el resto de la obra, he dejado para el final el primer capítulo de la novela, titulado «El humo», dedicado por Zeno a hacer un análisis histórico de su propensión al humo.

La historia del Zeno fumador es la de todo empedernido: primeros cigarrillos en la infancia, pequeños hurtos para conseguirlos, bronquitis crónica a los veinte años, y a partir de ahí, humo y nicotina todos los días, todas las horas, y múltiples intentos de abandonar ese vicio en el que Augusta, su mujer, solo ve “una manera un poco extraña y no demasiado aburrida de vivir”. Zeno intenta una y otra vez abandonar el humo —apuestas, aplicaciones eléctricas, sanatorios, sesiones de psicoanálisis—, pero fracasa siempre. Entre otras razones, porque su enfermedad es precisamente la del último cigarrillo, expresión cuyas iniciales U. S. (Ultima sigaretta) anota constantemente en sus cuadernos aprovechando cualquier hecho relevante para él: Tercer día del sexto mes de 1912, a las veinticuatro horas. U.S., escribe una vez, convencido del fetichismo de las fechas que se van doblando. Pero su enfermedad era, no la nicotina, sino el propósito de dejarla, una voluntad demacrada y achacosa, y el único modo de abandonar la nicotina, no era combatirla, sino olvidarla. Por otro lado, el humo no es el mal exclusivo en la atribulada existencia de Zeno, es un síntoma más de una enfermedad psicológica y moral, de una enfermedad de su conciencia. El mal de Zeno es saber que llega a las cosas por casualidad, que no ha sido capaz —ante su padre, ante su mujer, ante su amante, en sus negocios— de coger con firmeza las riendas de sus propias decisiones, de su propia libertad. Eso es lo que le ha hecho vestir el hábito de un hipocondríaco, de un enfermo imaginario, incapaz de enfrentarse libre y decidido a la vida tal como se le viene.

Zeno Cosini alcanzará la salud en su vejez, por sí mismo, sin necesidad de médicos ni farmacopea, cuando cambia de actitud ante la vida y se hace consciente de la libertad y de sus riesgos, cuando destierra de sí mismo la convicción de que es un hombre enfermo. Al contrario que su psicoanalista, Zeno descubre que la vida, porque duela, no es una enfermedad, aunque se parece a ella: “avanza por crisis y lisis y empeora y mejora diariamente. A diferencia de las otras enfermedades, la vida es siempre mortal. No tolera ningún tratamiento.” La vida es una convicción. Y si antes Zeno tenía la convicción de ser un enfermo, ahora tiene la de una salud perfecta, aunque de vez en cuando sufra algún dolorcillo aquí o allí y tenga que recurrir a los emplastos.

Por mi parte seguiré la filosofía terapéutica de Zeno-Svevo. Cuando ponga el punto final a este artículo, fumaré un último cigarrillo y saldré a pasear este largo y hermoso atardecer del verano en busca de aquel hombre sano que dejé de ser hace treinta y cinco años, cuando me casé con Madame Nicotine.

miércoles, 30 de julio de 2008

Grandes esperanzas


Hola, me llamo Félix y soy nicotínico. Y que me perdone Dickens por haberle tomado el título, pero no encuentro mejores palabras para lo que siento hoy, 30 de julio de 2008, miércoles por más señas, cuando me quedan apenas 30 horas para despedirme de los cigarrillos.
Como a todo toxicómano que voluntariamente desea romper con su adicción e iniciar una nueva vida, me mueve el optimismo y el convencimiento de que ésta será mi última batalla contra la nicotina: ya me veo de viejecito contando mi alistamiento voluntario, detallando pertrechos, nombres y apellidos de mis superiores, maniobras, escaramuzas, emboscadas, y algaradas con toda la tropa a mi cargo, como otros contarán su mili o el día en que se volvieron a dejar flequillo y se separaron de su mujer. Cada cual con su guerrita.
Dura será la batalla -no se ganó Zamora en una hora-, lo sé por experiencia propia y por la de otros que me han contado la suya, pero quiero romper de una puta vez con el humo que a nada conduce, fijar un hito en mi vida, un antes y un después, decirle adiós por siempre a madame Nicotine, con la que llevo una estrecha y ahumada convivencia de cuarenta años.
Mi mujer, a la que comuniqué hace dos días mi decisión, se ha presentado esta mañana con cuatro paquetes de cigarrillos: "Toma, para que te despidas. Son los últimos que te compro."
Por no quedarme sin resuello cuando hacemos el amor soy capaz de todo, así que le he agradecido el regalo y reafirmado mi decisión. Adiós a la madame.