martes, 24 de febrero de 2009

16 DE FEBRERO

La tarde
en calma.

Abiertos
los árboles
en blanco,
en rosas y amarillos.

Almendros.
Ciruelo.
Mimosas.

En flor.
En vida.

lunes, 2 de febrero de 2009

Yo sé

Muchas veces el azar, la casualidad de un hecho, nos hace buscar un libro que actúa como puerta a otros y pasamos una temporada enfrascados en lo mismo. Otras lecturas vienen según ande el ánimo: si nos pide épica, escuchemos la voz de Homero; si meditación, a los haijines japoneses; si chismorreos y escenas de la vida literaria, abramos las páginas de un diario o de una biografía; y si lo que nos pide el cuerpo es estudio y precisión, consultemos diccionarios, manuales, enciclopedias. Un lector lo es de toda clase de papeles, desde las novelas de Tolstoi a las facturas de la luz, pasando por los prospectos médicos y las cartas de los restaurantes.
Estos días he leído el libro de un napolitano que ha tenido que esconderse por hablar de la delincuencia organizada con pruebas, nombres y apellidos, la Gomorra de Roberto Saviano.
Uno, que de pequeño seguía en televisión los episodios de Eliot Ness y miraba con temor la cara cortada de Al Capone, y que ha visto más de siete veces El Padrino –en su orden y en desorden, en versión épica, en la definitiva, en castellano, en inglés, con comentarios de Coppola-, sabía que detrás de la ficción estaba la realidad de los hechos, pero nunca se había interesado por los mafiosos de verdad: los boss, las familias, los clanes, los camorristas napolitanos, los sicilianos de la cosa nostra, los calabreses de la ´Ndrangheta, los baresi de la sacra corona unita, hombres y mujeres del Sistema, feroces empresarios criminales que recorren completo el mapa del delito para amasar millones con sus negocios de canteras y de ladrillos, con sus hoteles y pizzerías, con sus franquicias made in Italy (Tokio, Lisboa, Hamburgo, Sarajevo, París, Aberdeen, Madrid…), con sus fábricas clandestinas –esclavistas- de ropa y de zapatos, con sus agencias inmobiliarias, de seguros, de viajes, con sus transportes de leche, de fruta, de basuras, de carros blindados Leopard, de kaláshnikovs, de cámaras fotográficas o de cadáveres, de drogas o de mercaderías de la China, sirviéndose de un ejército de killers, pali, soldados, afiliados, submarinos, contables, políticos corruptos, títeres y esclavos, que incendia comercios y ametralla escaparates, secuestra, amenaza, extorsiona, envenena, prostituye, mutila, degüella, apalea, estrangula, apuñala, descuartiza o echa en ácido a quien de alguna manera no esté en su bando, sea jefe, afiliado, arrepentido, madre, hermana, novia, prima, adolescente o niñas que juegan en la calle. En la página 140 -iba trazando rayas en el margen- ya perdí la cuenta de los muertos.
Un verdadero asco de personas estos mafiosos de Roberto Saviano. Uno agradece no haber nacido en tal semillero de brutalidad y de violencia, no tener que asumir, como se dice en el libro, que aquella tierra puede ser un paraíso si sólo miramos al cielo, y jamás hacia abajo, en perpetua y vergonzante omertà.
Saviano ha sido un hombre valiente, podía haber escrito una novela y callarse o disfrazar nombres, incluso haber acatado la ley de silencio y seguir callejeando Nápoles en su Vespa, pero ha escrito lo que sabía, lo que veía abajo, a su alrededor: el cáncer de la mafia, la vergüenza de unos paisanos despiadados y sanguinarios.