miércoles, 2 de septiembre de 2015

Casiopea




KASSIÉPEIA

         Paseábamos por la carretera de Villanueva a la luz de la luna. Un paseo tonificante después de las cervezas del mediodía y una tarde pesarosa. Alumbraba de más la luna y se veían pocas estrellas. A la vuelta, después de localizarla, señalé con el índice y pregunté a L y a J si conocían la historia de Casiopea. Ninguno de los dos. De buena gana se la hubiera contado, pero ya digo que iba uno con el estrago de los cuatro tubos y una siesta sin reconforte. Dos horas después, aquí me tenéis. De madrugada y con estrellas.
         La bella Casiopea aún vive. Ahí está en el cielo, eme mayúscula unas veces, otras uve doble, seis meses cabeza arriba, otros seis cabeza abajo. Y así mientras duren los tiempos.
         La leyenda más común hace a Casiopea hija de Árabo, que dio nombre al reino de Arabia, esposa del rey etíope Cefeo, y madre de la hermosa Andrómeda. Casiopea se mostraba orgullosa de su propia belleza y de la de su hija y en algún corrillo cortesano dejó caer que superaban en hermosura a la Nereidas, las protegidas de Posidón, señor de las aguas; más bellas incluso que la mismísima Hera, hermana y legítima esposa de Zeus.    
       Envanecimiento intolerable. Las diosas piden castigo a este exceso de arrogancia. Ningún mortal es igualable siquiera a un inmortal. Casiopea ha de pagar su atrevimiento.
         Y Poseidón envía a las costas etíopes a Ceto, un terrible monstruo cetáceo —¿una orca asesina?— que arrasa el reino de Cefeo y Casiopea. Viendo la devastación de sus dominios, los reyes acuden al oráculo de Amón.
         En este punto, el relato se interrumpe, la trama se complica, la leyenda se enriquece. La bella Andrómeda, heredera de Etiopía, estaba en edad de merecer, tenía pretendientes, y sus padres sopesaban las ventajas de unos y otros. Aceptarían como yerno al príncipe Agénor, tío carnal de Andrómeda por parte de padre, pero preferían a uno de los hijos del tío Agénor, bien Fénix, el mayor, bien Fineo, el más pequeño de los primos. En estos casorios y tratos nupciales andaba la familia real etíope cuando Casiopea se subió a la parra de su hermosura y provocó la llegada de Ceto, que devoraba hombres y ganados sin piedad.
         El sacrificio sugerido por el oráculo se veía venir: ofrecer a la hermosa Andrómeda a las fauces de Ceto. El rey y la reina maldijeron su destino y lamentaron el de su hija, en vano desgarraron sus ricas vestiduras y llenaron de ceniza sus cabellos, en vano imploraron a los dioses rasgando el cielo con sus lamentos. No les quedó otra que la amarga ofrenda. Desnuda y encadenada a una roca junto al mar, Cefeo y Casiopea ofrecieron a su hermosa hija Andrómeda. Así la encontró el esforzado Perseo, que pasaba por Etiopía tras degollar a la Medusa, con cuya mágica y temible cabeza viajaba.
         Perseo enseguida se prendó de Andrómeda. La liberó de sus cadenas y la pidió en matrimonio a los reyes. Se libró luego del monstruo haciéndolo mirar a los ojos de Medusa: Ceto se convirtió en piedra, en coral, al decir de algunos.
         Cuentan otros que antes de la boda exprés hubo un complot, y que el tío Fineo se presentó en el palacio real acompañado de buen número de hombres armados —también se nombra a Agénor y a Fénix— e invocó la promesa de casamiento con Andrómeda que le habían dado Cefeo y Casiopea. Muchos eran los del bando de Fineo. Menos, los de Perseo. La discusión pasó a mayores, no bastaron las palabras y se desenvainaron las espadas. Perseo hubo de recurrir a los terribles ojos de Medusa para deshacerse de sus contrincantes y abandonar Etiopía con su bella esposa. Se establecieron en Séfiros, donde tuvieron siete hijos y fueron felices y comieron perdices.
         Pero los dioses no olvidan, ni perdonan lo imperdonable. Consintieron el final feliz de Andrómeda porque ella no era culpable de engreimiento, sino víctima del de su madre. Casiopea no podía irse de rositas, insistían las diosas.
         Y Poseidón se la llevó al cielo, la ató a una silla en una postura incómoda —hay quien habla de un potro de tortura—, condenándola  así por los tiempos de los tiempos, la mitad del año bocarriba, la otra mitad bocabajo, según la rotación de la bóveda celeste.
         Y colorín, colorado, hasta el pozo Paco hemos llegado, y este cuento se ha acabado.

         Salud, Luis y Javier.



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