sábado, 23 de abril de 2016

El hombre sin suerte

            Afirmaba Miguel de Unamuno que Alonso el bueno, Don Quijote, pese a su condición de personaje novelesco, gozaba de una existencia más real que la de su creador. En cierta forma, tenía razón. La vida del hombre histórico, Miguel de Cervantes Saavedra, queda desdibujada ante la presencia del héroe de la ficción, y sabemos más de la criatura que del padre que la engendró. En esto, como en tantos otros aspectos de su existencia, Cervantes fue un hombre desafortunado. En esa suma de infortunios hubo incluso quien lo relegó a la condición de burro que sonó la flauta por casualidad y no alcanzó a comprender la grandeza y universalidad de su personaje.
            ¡Pobre Cervantes! Su biografía está plagada de agujeros negros, de suposiciones más que de datos constatados, de sospechas y elucubraciones más que de verdades probadas.
            Desde la fecha de su nacimiento —¿un 29 de septiembre de 1547, día de San Miguel?— hasta la de su muerte —¿el 22 o el 23 de abril de 1616?—, la vida del escritor es un río Guadiana, desaparece bajo tierra en un punto y vuelve a aparecer leguas adelante, y no una, sino varias veces a lo largo de su recorrido. Un recorrido, por cierto, del que hasta hace cincuenta o sesenta años no se conocía a ciencia cierta donde se iniciaba, aunque hoy se tenga por seguro el lugar donde recibió las aguas bautismales, en la vieja Compluto, la universitaria Alcalá de Henares.
            La mayor parte de la vida a Cervantes se le fue en la errancia en busca de buena fortuna, siguiendo primero los pasos de su abuelo y de su padre, sangrador y cirujano, por Córdoba, Sevilla, Valladolid y Madrid; luego por tierras italianas y por las costas mediterráneas durante dos años hasta terminar cautivo cinco años en Argel, para volver de nuevo a su patria, inútil su mano izquierda, y dedicarse al cobro de impuestos por tierras andaluzas, hasta que finalmente se asienta en Madrid, donde terminan sus días. En medio, embargos de bienes familiares, estancias en la cárcel, pleitos y turbios asuntos de “las Cervantas”, las mujeres de su familia; el adiós a las armas, las vanas aspiraciones de hacer las Américas; el fracaso literario por su condición de semipoeta y por la imposibilidad de competir en el teatro con aquel Monstruo de la Naturaleza, con el príncipe de la escena de su tiempo, el gran Lope de Vega; y un matrimonio más de apariencia y de conveniencia que por amor. Todo un recorrido por el desengaño.
            Cervantes fue un hombre sin suerte en la vida. Incluso el éxito y el prestigio literario logrados con la publicación de la primera parte del Quijote se los amargó el dichoso Avellaneda. De tanta adversidad y desengaño, Cervantes extrajo la esencia del arte de vivir y de escribir, inventó la vida que no había vivido, e inventó la literatura moderna. Fue un hombre sin suerte, es verdad, y hasta el destino le negó en su última jugada una tumba discreta en que reposaran sus asendereados huesos, pero fue un escritor privilegiado, uno de los elegidos, pues no cabe mayor gloria a un escritor que la de seguir vivo en su obra después de cuatrocientos años.

            Y eso no se consigue por casualidad. Grande es don Quijote, ese personaje que todos somos y no somos, pero no olvidemos que antes vivió en Miguel de Cervantes Saavedra. Detrás del maravilloso hidalgo manchego hubo un hombre real, un individuo sin cuya vida desengañada y ejemplar se hace difícil comprender al personaje.



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