sábado, 11 de marzo de 2017

XV - El pastel


      Estaba de viaje. Me encontraba en medio de un paisaje de una grandeza y una majestuosidad irresistibles. Sin duda, algo de ellas penetró mi alma en ese momento. Mis pensamientos revoloteaban con una ligereza semejante a la de la atmósfera; las pasiones vulgares, como el odio y el amor profano, me parecían ahora tan lejanas como las nubes que desfilaban por fondo de los abismos, a mis pies; mi alma se me figuraba tan vasta y tan pura como la cúpula del cielo que me envolvía; el recuerdo de las cosas terrenales llegaba debilitado y disminuido a mi corazón, como el sonido de la esquila de los animales imperceptibles que pasaban lejos, muy lejos, por la vertiente de otra montaña. Sobre el pequeño lago inmóvil, negro de tanta profundidad, pasaba a veces la sombra de una nube como el reflejo de la capa de un gigante aéreo atravesando el cielo. Y recuerdo que esta sensación solemne y rara, causada por un gran movimiento perfectamente silencioso, me colmaba de alegría mezclada con miedo. En suma, me sentía, gracias a la arrebatadora belleza que me rodeaba, en perfecta paz conmigo mismo y con el universo; creo además que, en mi perfecta beatitud y en mi total olvido de todo el mal terrenal, había llegado a no encontrar ridículos los periódicos que pretenden que el hombre ha nacido bueno, cuando, al renovar sus exigencias la materia incurable, decidí reparar la fatiga y calmar el apetito causado por tan larga ascensión. Saqué de mi bolsa un buen trozo de pan, una taza de cuero y un tarro de cierto elixir que los boticarios vendían en aquel tiempo para mezclarlo, llegada la ocasión, con agua de nieve.
         Partía tranquilamente mi pan cuando un leve ruido me hizo levantar la mirada. Ante mí se hallaba una criaturilla desharrapada, sucia, desgreñada, cuyos ojos hundidos, feroces y suplicantes, devoraban el trozo de pan. Lo oí suspirar, con una voz baja y ronca, la palabra ¡pastel! No pude evitar reírme viendo el nombre con el que quería hacer honor a mi pan casi blanco, y corté para él una buena rebanada, que le ofrecí. Muy despacio, se acercó, sin quitar la vista del objeto de su codicia; luego, apretujando el pan con su mano, retrocedió vivamente, como si temiera que mi ofrecimiento no fuera sincero o que me hubiese arrepentido.
         Pero en ese mismo instante fue asaltado por otro pequeño salvaje, no sé de dónde salió, y tan perfectamente parecido al primero que se le podía tomar por su hermano gemelo. Rodaron juntos por el suelo, disputándose la preciosa presa, dispuesto sin duda cada uno a no sacrificar la mitad para el otro. El primero, enfurecido, agarró al otro por los pelos; éste le clavó los dientes en la oreja y escupió un trozo sangrante con un impresionante juramento en su dialecto campesino. El legítimo propietario del pastel trató de hundir sus pequeñas garras en los ojos del usurpador, que, a su vez, aplicó todas sus fuerzas para estrangular con una mano a su adversario, mientras con la otra trataba de meterse en el bolsillo el premio del combate. Pero, reavivado por la desesperación, el vencido se incorporó e hizo rodar por tierra al vencedor con un cabezazo en el estómago. ¿Para qué describir una lucha terrible que duró más de lo que las fuerzas de unos niños prometían? El pastel viajaba de mano en mano y cambiaba de bolsillo a cada instante; pero, claro, cambiaba también de tamaño; y cuando al fin, extenuados, jadeantes, ensangrentados, se detuvieron incapaces de continuar, ya no había en modo alguno motivo de batalla; el trozo de pan había desaparecido y estaba deshecho en migajas tan grandes como los granos de arena con los que se había mezclado.
         Este espectáculo me había ensombrecido el paisaje, y la calma alegría en que se recreaba mi alma antes de haber visto a estos hombrecillos había desaparecido por completo; permanecí entristecido largo rato, repitiéndome una y otra vez: ¡Así que hay un magnífico país en que al pan se le llama pastel, golosina tan rara que basta para engendrar una guerra perfectamente fratricida!

Goya, Duelo a garrotazos (1822)

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