jueves, 15 de marzo de 2018

La soledad (XXIII)


     Un gacetillero filántropo me dice que la soledad es mala para el hombre, y para apoyar su tesis cita, como todos los incrédulos, palabras de los Padres de la Iglesia.
         Sé que el Demonio frecuenta gustoso los lugares áridos, y que el espíritu criminal y lúbrico se inflama maravillosamente en las soledades. Pero sería posible que esta soledad solamente fuese peligrosa para el alma ociosa y divagante, que la puebla con sus pasiones y quimeras.
         Es cierto que uno de esos charlatanes cuyo máximo placer es hablar desde lo alto de una cátedra o de una tribuna, correría grave peligro de convertirse en un loco furioso en la isla de Robinson. No le exijo a ese gacetillero las valerosas virtudes de Crusoe, pero le pido que no acuse a los amantes de la soledad y del misterio.
         En nuestras especies de charlatanes hay individuos que aceptarían con menos ascos el mayor tormento si se les permitiera lanzar desde el patíbulo una buena arenga, sin miedo a que los tambores de Santerre le cortasen intempestivamente la palabra.
         No los compadezco, porque adivino que sus efusiones oratorias les procuran goces semejantes a los que otros obtienen del silencio y del recogimiento; pero los desprecio.
         Deseo ante todo que mi maldito gacetillero me deje divertirme a mi manera. “¿No sientes nunca —me pregunta con un tono nasal muy apostólico— la necesidad de compartir tus alegrías?” ¡Vaya con el sutil envidioso! ¡Él sabe que desprecio las suyas y viene el repugnante aguafiestas a insinuarse con las mías!
         “¡La gran desgracia de no poder estar solo!”, dice en alguna parte La Bruyère, como para avergonzar a todos los que corren a olvidarse en la multitud temiendo, sin duda, no poder soportarse a sí mismos.
         “Casi todas nuestras desgracias nos vienen de no haber sabido quedarnos en nuestro cuarto”, dice otro sabio, Pascal, Creo, llamando así a la celda del recogimiento a todos los insensatos que buscan la felicidad en el ajetreo y en una prostitución que podría llamar fraternitaria, si quisiera hablar la hermosa lengua de mi siglo.


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